Dominar el tiempo
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Dominar el tiempo
Mario Edgar López Ramírez
Ha comenzado el horario de verano en México. Muchos cuerpos resienten el trastorno biológico que implica alterar los ritmos de la naturaleza a favor de los ritmos de la economía. Otros cuerpos no se quejan, se adaptan, incluso lo disfrutan. Pero en todos los casos queda de manifiesto una expresión de poder: existen elites que tienen la capacidad de establecer un control directo sobre la organización del tiempo de los otros. Estas elites son las que obligan a adelantar o atrasar el reloj, una o dos horas, uno o dos periodos, una o dos jornadas más. Hay una relación entre el dominio del tiempo y la posesión de poder, de la cual el horario de verano es sólo una forma, pero no la más importante. La relación entre el tiempo y el poder ha sido estudiada a lo largo de la historia y posee diversos matices que parten de una consideración que los poderosos han descubierto sobre la condición humana, aquella que revela que los humanos, a diferencia de los animales, organizan su vida en el tiempo: tienen una memoria que les genera cultura, son capaces de acumular recuerdos que enriquecen o dificultan sus acciones, pueden también acumular conocimiento e inventar con ello ideas sobre las cosas. Los humanos, pues, poseen un herramental biológico, una circuitería cerebral, que los hace grandes consumidores de tiempo, mientras que los animales privilegian el consumo de espacio (es decir, tienen una inteligencia más territorial).
Por ello, la irrupción, la intromisión y el control de los grupos de poder en la organización del tiempo de la sociedad, es la irrupción que les garantiza el dominio sobre toda la actividad cultural y el conocimiento humano. En la descripción de Jacques Attali: "…toda cultura se construye alrededor del sentido del tiempo; todo trabajo del hombre es pensado como un tiempo cristalizado", la organización humana que se da en el tiempo llega a ser una demanda más importante que los propios ritmos de la naturaleza, por lo tanto, "tener poder es controlar el tiempo de los otros y el suyo propio, el tiempo del presente y el del futuro, el tiempo pasado y el de los mitos". Si toda actividad social se cristaliza en la forma de concebir, dividir, distribuir y jerarquizar el tiempo, superando incluso los ciclos de la vida natural, entonces regular el tiempo es ejercer dominio.
Existen diversas formas en que el dominio del tiempo consolida el ejercicio del poder. Una de ellas es el privilegio que tienen las elites de escribir la historia, de nombrar los hechos relevantes, de seleccionar los sucesos que pueden pasar a la memoria, es decir, el privilegio de diseñar las historias oficiales. Hacia el año de 1431, aproximadamente, un joven funcionario azteca llamado Tlacaélel habló al oído del Tlatoani Itzcóatl y le reveló la forma en que podría consolidar su señorío: había que hacer desaparecer la historia de los pueblos rivales, quemar sus códices, borrar sus dioses, extirpar su memoria acumulada en el tiempo; incluso le aconsejó eliminar aquellos pasajes de la historia de su propio pueblo (el Mexica) en que éste aparecía débil y pobre. Había que reescribir la historia y adecuarla al imperio, imponer un nuevo calendario de fiestas, establecer nuevos días por guardar. Itzcóatl lo hizo y gobernó poderoso.
El dominio de la memoria por medio de la historia oficial incluye la elección, la más conveniente para el poder, de quienes son los héroes y los villanos que honrarán u odiarán sus pueblos; así como de las fechas que se conmemorarán como orgullo nacional, muchas de ellas sustituyendo a otras fechas que es necesario eliminar del recuerdo. De esta forma la fecha de la celebración del sol invicto, práctica de los césares romanos, es sustituida por la triunfante navidad cristiana, práctica del mismo imperio romano, pero ya cristianizado; por eso también los liberales ilustrados, ganadores de la revolución francesa, sustituirán el calendario católico gregoriano por el calendario republicano francés, el cual buscaba eliminar todas las fechas religiosas católicas y establecer la llegada de nuevos días y nuevos meses, como el famoso mes de Brumario, los cuales habían sido diseñados a partir de cálculos científicos, y no teológicos, que dieran cuenta de la nueva era secular que gobernaba sobre Francia. Por las mismas razones el imperio soviético, durante la guerra fría, impuso sus fechas de fiestas nacionales sobre las pueblos subordinados de Lituania, Letonia, Estonia y el resto de su periferia. Y hoy en día, el sistema de Naciones Unidas, baluarte de la democracia occidental, establece diversos días de celebración mundial que no son compartidos por culturas subordinadas, principalmente las orientales. El privilegio de escribir la historia que será la publicada, es casi siempre de los vencedores.
Otra forma de transformar el tiempo en poder, es organizar todas las rutinas de la vida y del trabajo por medio de horarios predeterminados. En 1973, el sociólogo Michel Foucault ofreció una serie de conferencias sobre las estrategias del poder en la Universidad Católica de Río de Janeiro, Brasil. En una de ellas puso el siguiente ejemplo: existió entre los años 1840-1845, en Francia, una organización que estructuraba sistemáticamente el tiempo de sus miembros, "no diré (decía Foucault) si es una fábrica, una prisión, un hospital psiquiátrico, un convento, una escuela o un cuartel, se trata de adivinar a qué institución me estoy refiriendo". Dicha institución estaba formada por 400 personas "que debían levantarse todas las mañanas a las cinco. A las cinco 50 terminar su aseo personal, haber hecho la cama y tomado el desayuno, a las seis comenzar el trabajo obligatorio que terminaba a las ocho y cuarto de la noche". ¿Qué institución era?: era una fábrica de los inicios del capitalismo global en Europa; es decir, uno de los primeros ensayos de cómo gobernar el tiempo del trabajo humano, en nombre de la producción masiva de objetos. A este tipo de fábricas con rutinas sistematizadas, que establecían un estricto sistema de vigilancia sobre el tiempo de sus empleados, Michel Foucault les llamó "fábricas-prisiones" o "fábricas-convento".
De hecho, para el sociólogo Foucault, no era lo más importante que su público hubiera descubierto la adivinanza, sino el haber entendido que el poder estatal y capitalista moderno se basa en que una elite es capaz de ejercer el dominio sobre el tiempo de los otros: las escuelas, las empresas, los hospitales, los monasterios, el Ejército y sobre todo las cárceles, todas estas organizaciones pertenecen a la misma lógica de poder: imponen horarios, regulan la vida, no permiten la decisión personal sobre el tiempo. Siguiendo siempre a Foucault: "el empleo del tiempo es una vieja herencia. Las comunidades monásticas habían, sin duda, sugerido un modelo estricto. Rápidamente se difundió. Sus tres grandes procedimientos –establecer ritmos, obligar a ocupaciones determinadas, regular los ciclos de la repetición– coincidieron muy pronto con los colegios, los talleres y los hospitales. A las nuevas disciplinas no les ha costado trabajo alojarse en el interior de estos esquemas antiguos…".
A inicios del siglo XX, la llamada administración científica de Frederick Taylor, cuyo énfasis era el trabajo planificado y la maximización del rendimiento de los trabajadores, aliada con la producción en serie descubierta por Henry Ford (el llamado fordismo, basado en un línea de ensamblaje que establecía la tarea repetitiva de cada obrero y su tiempo de realización), fueron los paradigmas fundadores del poder capitalista trasnacional y aún hoy sustentan mucho del dominio empresarial sobre tiempo social. A propósito, ya Carlos Marx señalaba: "el capitalista roba el tiempo que debería emplearse a respirar el aire libre y gozar de la luz del sol… él escatima el tiempo de las comidas", y Nicos Poulantzas describe: "la característica principal del Estado capitalista es que absorbe el tiempo y el espacio sociales; estableciendo sus matices y monopolizando su organización, convirtiendo a este tiempo-espacio en redes de dominio y poder".
Ha comenzado, una vez más, el horario de verano en México y lo cierto es que detrás del supuesto aprovechamiento de la luz solar para ahorrar energía eléctrica, tal como nos lo difunde la información oficial, se encuentra una serie de intereses de negocios de la elite: la sincronización de los horarios del transporte internacional, la unificación de las transacciones comerciales trasnacionales, la homologación de los servicios aduanales y bursátiles, e incluso el fomento de actividades deportivas, programas televisivos y espacios recreativos que pueden ofrecerse para aquellos que logran sobrevivir a las extenuantes jornadas de trabajo. Con claridad, la regla sigue siendo que el dominio del tiempo es poder. El horario de verano pertenece a la antigua lógica del poder y el tiempo que hemos descrito. Pero también nos advierte que una lucha sólida por la libertad personal, en este mundo contemporáneo, consistiría en recuperar nuestros propios espacios de tiempo, no determinados por el poder del Estado, de las empresas o de los negocios, sino por nosotros mismos. Recobrar un tiempo propio, dominar nuestro tiempo, sería encontrar la libertad.